Los adultos mayores hoy
Ser viejo en Chile no es fácil. Pero ser viejo y pobre es un drama. Son más de 600 mil los adultos mayores que día a día intentan sobrevivir con una pensión de hambre y miseria de $104 mil. Son miles los que llenan las listas de espera del sistema hospitalario y que a diario se devuelven a sus casas sin ser atendidos; son más de 330 mil los que viven en absoluta soledad. Una soledad no buscada, no querida, no decidida. Es la pandemia del siglo.
Con mayores y más devastadoras consecuencias, incluso, que la obesidad y el tabaquismo. Estamos frente a una tormenta perfecta. Una tormenta que llevó a la desesperación a Jorge, de 84 años, acabando con su vida y la de su esposa, Elsa, de 89 años, hace unos días en Santiago.
Chile necesita urgente una reforma social, una reforma previsional y una reforma cultural. Debemos dejar de ver la vejez como un gasto y a las personas mayores como un estorbo. Debemos asumir que envejecer dignamente y con calidad es un derecho que nos involucra a todos. Y debemos comprender que mientras más acompañada, bien cuidada y querida está una persona, tiene mayor probabilidad de alcanzar la alegría de vivir y darle sentido a su existencia.
Hace unos días, el Gobierno convocó el Consejo Ciudadano para personas mayores, que busca trabajar en temas de vejez y envejecimiento con base en cuatro ejes: institucional, salud, seguridad y participación. Celebro la iniciativa. Hay una buena visión, voluntad y un gran programa. Sobre todo porque al fin se ha entendido que el Estado y la sociedad civil deben asociarse.
Pero mientras todo está por realizarse, ¿qué hacemos con las urgencias que tienen hoy las personas mayores en Chile? Hay quienes creen que la solución inmediata es la eutanasia. He escuchado a políticos, periodistas y conductores de programas de televisión haciendo campaña para apoyar lo que ellos llaman ‘una muerte digna’.
¡Qué paradoja más tremenda! Duele profundamente que en vez de destinar recursos para un programa de acompañamiento, estemos pensando en el abandono y la tristeza final. La eutanasia no es un derecho, es más bien el fracaso de una historia de amor; el fracaso de una familia; el fracaso de un país que no logró acompañar a quien le construyó sus calles, su casa, su cultura.
La eutanasia es el quebranto de la esperanza de llegar a la Casa del Padre, es romper con la dicha de alcanzar una muerte pacífica, reconciliado uno mismo, con los seres queridos, con su historia, con Dios. En Fundación Las Rosas llevamos más de 50 años acogiendo y cuidando a las personas mayores más vulnerables de Chile, y sin embargo nunca nadie nos ha pedido la eutanasia.
Estamos hablando de personas que en promedio tienen 82 años de edad, un 95% de ellos no puede valerse por sí mismo, un 75% sufre de alzhéimer y la mayoría concentra más de ocho patologías crónicas. Pero quieren vivir, porque estamos allí, presentes, entregándoles afecto y enseñándoles cada día la maravillosa experiencia de Dios.
Parten en paz, expresando un gracias que nos llena el alma y el corazón. Nuestros hogares son la ‘antesala al cielo’, como debieran ser todos los hogares de Chile. Invito a quienes tienen dudas o derechamente promueven la eutanasia a hacer la experiencia del acompañamiento final en la Fundación.
Estoy seguro de que se caen los argumentos y se ensancha el corazón. Ese es nuestro gran desafío como chilenos: acompañar, cuidar, proteger y amar a nuestros mayores, viviendo la experiencia de Dios con ellos y no la crueldad y la inhumanidad de aprobar la eutanasia como una solución para su soledad y desesperanza.